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“Algún sentido tiene estar aquí”
Su vida cambió cuando un sicario le asestó seis tiros y luchó contra la muerte en el hospital. Yuri Melini se siente ahora una planta podada.
Por: Paola Hurtado
El ataque
“Todo lo que pasó ese día, cada cosa que sucedió, la podría revivir y escribir como si fuera una sola escena: el hombre parado del otro lado de la calle. Salí de la casa y caminé hacia el carro con la llave en la mano. El hombre que me dice: “cht” y yo me acerco porque pienso que está perdido y necesita ayuda. Pero el tipo no me dice nada. Baja el periódico, muestra una escuadra y empieza a disparar. Intenté correr y meterme en la casa y mientras lo hacía sentí cómo entraban las balas en mi cuerpo. Una en la espalda, otra en el hombro, en la cadera, en el muslo derecho. Vi cómo se rompió mi pantalón y salió un proyectil. Sentí cómo el último tiro me deshizo la pierna izquierda y caí al suelo antes de subir a la banqueta. Me quedé tirado en la calle, sangrando, pero con la lucidez para pensar: “¿cómo vino a terminar mi vida así?”.
Yuri Melini recuerda que esos segundos pasaron como en cámara lenta. El sicario, un hombre moreno que vestía pantalón de lona, playera y gorra, corrió hacia él, con la escuadra en la mano, como dispuesto a dar el tiro de gracia.
“Me puse en posición fetal, de medio lado y cerré los ojos. No pensé en mi familia ni en el trabajo. Sólo sentí mucha tristeza porque mi vida acabaría ahí, de esa forma. Siempre pensé que moriría en un avión. Creía que mi muerte llegaría de un solo golpe. Sin embargo, ese día me sentí preparado y dije: ‘Señor, si este es mi momento, estoy listo. Que sea tu voluntad’”.
Casi cinco meses después de aquel atentado frente a la casa de su madre, en la zona 7, este médico y activista ambiental reinicia sus actividades laborales. Yuri Melini está de nuevo en la dirección del Centro de Acción Legal Ambiental y Social de Guatemala (CALAS), la organización que fundó en 2000 y una de las más reconocidas en el país por su lucha y acciones en favor de los derechos ambientales.
Yuri camina con la ayuda de un andador. Un injerto en la arteria, 14 clavos, 172 puntos en la pierna y la pérdida de 36 libras de peso son algunas de las secuelas del ataque. Pero apenas son las visibles. Muchas cosas han cambiado a partir del ataque del 4 de septiembre de 2008.
“Lo siguiente que oí fue la voz de un vecino. ‘Tranquilo, no te movás’, me dijo y puso mi cabeza sobre sus piernas. Otro vecino se quitó la playera para hacerme un torniquete en la pierna. Pero lo que más dolía era el estómago. ¿Qué pasó, por qué no me remató el sicario? No sé si se le acabaron las balas, si se puso nervioso, si salió la gente o si su tarea era balearme y no matarme. Lo que yo sé es que esa paz espiritual que tuve cuando dije ‘estoy listo’ me cambió la vida sustancialmente”.
La recuperación
Yuri estuvo consciente todo el tiempo. Cuando lo subieron a la ambulancia de los bomberos les pidió que lo llevaran al hospital del Seguro Social. Pero en el camino al hospital hizo cálculos de cuánto dinero tenía y qué propiedades podía vender. Entonces pidió que lo llevaran al Centro Médico.
“Me ingresaron a la sala de operaciones a las 9:00 de la mañana. Salí del quirófano a las 6:00 de la tarde. Pasé 32 días en el intensivo y 22 de ellos en cuidados críticos. Me dio pancreatitis (infección del páncreas), no tomé ni comí nada durante 2 semanas, recibí terapia pulmonar. Y siempre estuve consciente de todo lo que pasaba: de toda la gente que me visitó y que me llevó sus oraciones”.
Por cada persona que entraba a verlo a su habitación, diez se quedaban afuera. Al enfermo nunca le faltaron visitas. Pero el tiempo en el hospital fue difícil. Le sacaban sangre tres veces al día y su piel se puso amarilla. Ya no había venas para pinchar. “Si no logro salir, sepan que los quiero mucho”, le dijo un día a su hermano a manera de despedida.
“Pero Dios provee. Me transfundieron 18 unidades de sangre. Llegaron tantos donadores que hasta sobraron. Me llevaban biblias, rosarios y otros libros. Yo no tenía un centavo para pagar la cuenta. Planeaba vender lo que tenía. Pero el día que me dieron de alta, después de más de un mes de intensivo, toda mi cuenta estaba saldada. Mucha gente hizo colectas y mucha gente me llevó sus donativos. Hasta de una iglesia de Irlanda me mandaron ayuda. Mis medicamentos y terapias están pagados hasta mayo. Son cosas que hay que vivir para creerlas...nunca pensé que yo fuera tan querido. Pensaba que era antipático ante mucha gente que dice: ‘estos locos sólo hablan babosadas y están chingando el desarrollo’”.
La fortaleza que Yuri Melini adquirió durante su estadía en el hospital se la atribuye a su madre. La mujer de 80 años llegó a verlo cuando todavía tenía tubos y sondas. “Usted no es un ladrón ni mañoso. No tiene nada de qué avergonzarse. Así que levántese y hágale huevos”, le ordenó. Sus hermanos estaban temerosos y querían protegerlo. Pero Yuri les insistió que no hay que acobardarse. También se lo dijo a su equipo de CALAS: “¿Por qué no están en la oficina trabajando? ¡No tengan miedo! ¡No tengan miedo!”.
Era difícil no tener miedo. Yuri nunca recibió una amenaza directa de muerte. Pero en mayo y en junio el ministro de Ambiente, Luis Ferraté, le advirtió que ellos dos y otras personas figuraban en una lista de amenazados, según información que había llegado a su despacho.
Yuri, además, había tenido dos “corazonadas espirituales”. Presentía que algo malo podía pasarle.
Un viernes, al salir de la oficina, un compañero le ofreció ir a dejarlo a su casa (él llegaba a pie). “No quiero que si me pasa algo te afecte a vos”, le dijo y el amigo se molestó. Pero lo mismo le dijo a Rafael Maldonado, su mano derecha en CALAS, al salir en agosto de una reunión de trabajo. “Me voy a ir en taxi. Un día de estos me van a dar un par de balazos y no quiero que otros salgan lastimados”.
El atentado, sin embargo, lo tomó por sorpresa. El sicario se presentó como una gacela pero con apariencia de un provinciano perdido y le descargó una escuadra a las 7:30 de la mañana, enfrente de niños que se dirigían a la escuela. El peligro, sin embargo, no terminó ahí.
Lo siguen vigilando
Yuri salió del Centro Médico acompañado de una cuadrilla de elementos de seguridad, dos vehículos y una patrulla para custodiarlo. El Ministerio de Gobernación le asignó a los custodios. Desde el atentado, el Estado de Guatemala es el responsable de la seguridad de Melini. También solicitaron medidas cautelares en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, las cuales están en trámite.
Pero este resguardo no impidió que el 26 de noviembre dos hombres llegaran a su casa en moto y grabaran la fachada de la vivienda con una cámara. La Fiscalía de Derechos Humanos, la cual está a cargo de la investigación del atentado contra Melini, pidió a Gobernación que redoblara la seguridad. Como no fue posible, la oficina de Protección al Testigo del MP le complementó el resguardo.
El 6 de noviembre hubo otro incidente. Un automóvil gris policromado siguió al enfermero de Yuri cuando salía de la casa, y cinco días después el mismo vehículo se detuvo en la calle cuando el enfermero tocaba el timbre para entrar.
Yuri relató estos episodios en CALAS y dos trabajadores le explicaron que ellos también vieron a un carro con esas características rondando la oficina. En diciembre sus agentes de seguridad sorprendieron al mismo auto gris en las afueras del Centro Médico. Uno de los tripulantes era uno de los hombres que llegó a grabar el video a la vivienda de Melini.
Esta información, el número de las placas del auto gris y el video que tomó el guardián de Yuri cuando un hombre grababa la fachada de su casa, están en poder del la Fiscalía. Melini también ha colaborado para realizar una foto–robot del sicario, aunque él, explica, tiene más interés en que la investigación se centre en los orígenes del ataque, que en quién lo realizó.
CALAS puso a disposición de la Fiscalía de Derechos Humanos 142 casos y denuncias que ha impulsado la organización y que pudieron originar el atentado contra Yuri Melini.
Previo al 4 de septiembre, CALAS recién había ganado un recurso legal que peleaba con el sector minero y había denunciado las operaciones de las areneras en Villa Nueva que funcionan en terrenos estatales administrados por el Estado Mayor de la Defensa Nacional. El impacto de la extracción de arena se traduce en ruido y polvo para 50 mil personas que viven alrededor.
Eso, más la socavación del acueducto Xayá Pixcayá, el abastecedor del 40 por ciento de agua potable de la ciudad capital. Un sismo fuerte provocaría que el acueducto colapse, pero ni el Ministerio de Energía y Minas ni el de Ambiente han intervenido para detener el trabajo de las areneras.
Otro de los casos fuertes que lleva CALAS es la denuncia de invasiones humanas y la narcoactividad en Laguna del Tigre (Petén), donde tiene identificado a un líder. Cuatro días después del atentado estaba programada una audiencia sobre este caso.
CALAS también había denunciado a un narcocomunitario (también identificado) que usurpó tierras en Yaxhá (Petén). Melini apoyó el trabajo de la Fiscal de Petén, pero el abogado del narcotraficante, quien tiene mucho poder en el área, logró que sancionaran a la funcionaria con descuento de salario por intentar realizar desalojos.
“En total teníamos por lo menos diez frentes abiertos”, lo resume Melini.
“Y sin embargo yo estoy en paz”, dice. “Si me van a dar que me den, pero que esta vez no fallen”, replica Yuri, recostado en una banca del Jardín Botánico, el lugar en donde concedió esta entrevista. Lleva la pierna izquierda inmovilizada y un rosario colgado en el cuello. El doctor le indicó que tendrá que volver a operar la rodilla, una de sus tantas lesiones. Yuri se levanta la camisa para mostrar las costuras en el torso y en la pierna, y los agujeros violetas que le dejaron las balas. Pero no tiene miedo.
“¿Por qué voy a tener miedo? ¿Por qué me voy a acobardar?”, pregunta. “¿Sólo porque a alguien le incomodó lo que hago y me mandó a dar un par de tiros tengo que dejar lo que me gusta hacer y le da sentido a mi vida?”.
Funcionarios y diplomáticos le han ofrecido a Yuri gestiones para que viva fuera de Guatemala. En Francia, Holanda, Suiza, El Salvador. Él se niega. Acá está el sentido de su vida, dice. “No es que esté embobado y desubicado. Sé que ahora pongo en riesgo a la gente que me cuida.
Pero ellos se asustan más que yo. En mi corazón sólo tengo paz y la certeza de que estoy protegido. Descubrí que Dios está tan cerca de uno que hasta se pude sentir”.
La verdad debe salir
“Pero la verdad tiene que salir”, insiste Yuri. “Las cosas deben decirse como son, sin miedo.
Hay un poema del guatemalteco Julio Fausto Aguilera que dice: ‘La patria que yo sueño no tiene límites no tiene rencores...’”.
A Yuri se le llenan los ojos de lágrimas. “En mi corazón no hay rencor, ni odio, ni aflicción”, dice. “Yo le doy perdón a la gente que planeó esto, que lo pagó y que lo hizo. Los perdoné por la necesidad de cicatrizar mis heridas. No quiero andar con traumas ni dolencias. El daño se lo hicieron ellos mismos. A mí me han bendecido con trabajo, oración, asistencia económica y el cariño de la gente. Para mí, honestamente, fue como que podaran una planta. Crecí más y tengo una actitud diferente ante la vida”.
Yuri tuvo momentos en el hospital que pensó en que no volvería. Tenía 46 años y pensó que la vida se le iba. Le cuesta creer que está caminando. A cada lugar que va hay gente que lo abraza y se alegra de verlo vivo. Mientras Yuri estaba en el hospital varias iglesias católicas y evangélicas estuvieron en cadena de oración. Incluso sacerdotes mayas de Chichicastenango hicieron una ceremonia para pedir por su recuperación. Más de un centenar de personas marcharon en la avenida Las Américas con pancartas y la cara pintada de verde para vitorear:
“Yuri vive, justicia para la naturaleza”.
“¿Por qué la gente me ayudó? ¿Por qué rezaron por mí sin conocerme? Todo esto sólo me hace pensar que hay algo bueno en mi trabajo, en lo que hago. Que no puedo decepcionarlos. No puedo tener miedo y decepcionarlos”, dice. “Yo creo que es posible soñar. Si ya no tenemos esperanza, ¿qué sentido tiene? Si ya no esperamos nada, mejor nos vamos y apagamos la luz”.
A Yuri lo invitó el Banco Industrial para que comparta su experiencia de vida ante 700 gerentes. La cineasta Ana Carlos y la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos documentaron la supervivencia de Melini y su corajudo nuevo comienzo. Muchos líderes comunitarios, además, lo llaman para pedirle consejos y orientaciones. “¿Cuándo vas a venir? ¿Cuándo nos vas a ayudar?”, le preguntan. “Entonces me digo: ‘no soy indispensable, pero algún sentido tiene estar aquí’”, dice. Las lágrimas vuelven a asomarse. Traga saliva y se queda viendo fijo. “Algún sentido tiene estar aquí”.
domingo, 25 de enero de 2009
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