domingo, 21 de febrero de 2010

121. Azúcar -la idea de un impuesto extraordinario-

En todas las democracias y naciones desarrolladas hay una regla no escrita: los más fuertes aportan más para ayudar a que los más débiles tengan oportunidades para vivir dignamente, explotar su potencial y alcanzar la felicidad. Es por esto que los que más ganan, pagan más impuestos. Y los que menos tienen, los que más necesitan y utilizan los bienes públicos como educación, salud y recreación públicas y gratuitas.

En Guatemala hay muchos débiles y un grupo de los más fuertes es el de los azucareros. Sus 13 ingenios y 300 mil trabajadores directos o indirectos han producido más o menos 40 millones de quintales anuales de azúcar desde 1998 —según la Asociación de Azucareros de Guatemala (Asazgua)—; somos el quinto lugar mundial de productores de azúcar. Varios de estos ingenios se han modernizado y tienen bien pagados a sus trabajadores. Otros son unos explotadores, según algunos empresarios del sector.

El azúcar, a nivel mundial, está en un boom a nivel de precios por especulación, a niveles que no se miraban desde hace 35 años. Solo desde enero de 2000 a diciembre de 2009 se han triplicado o quintuplicado. Triplicado para Asazgua y el Banguat —de 6.4 a 16.57 dólares por quintal—; y quintuplicado para la agencia especializada Bloomberg —de 5.6 a 24.9 dólares por quintal—, en la azúcar más barata en los mercados. ¿Por qué habrá esta diferencia entre lo que declara Asazgua al Banguat y lo que dice Bloomberg?

De cualquier manera, ¿se imaginan la cantidad de plata extra que están ganando los azucareros por la especulación en los mercados globales? Muchos países han gravado a sus exportaciones para financiar a sus Estados y la construcción de bienes públicos como educación, salud o vivienda. Lo hizo Inglaterra desde el siglo XI, Indonesia con el plywood recientemente o Argentina, con la soya. Y, aunque usted no lo crea, lo hizo Guatemala en los setentas, cuando hubo otro boom de precios internacionales.

Los 13 ingenios no perderán competitividad, no causará desempleo; nada de esos petates de muerto con los que asustan los neoliberales. La idea de poner un impuesto extraordinario a las ganancias a las exportaciones tradicionales empezó en los setentas y uno de los impulsores, entonces secretario de Planificación del Gobierno, sufrió un atentado y tuvo que abandonar el país. Se trataba de Gert Rosenthal, después negociador de los acuerdos de paz, canciller, jefe de la CEPAL y nos representa ante la ONU en Nueva York. De eso ha 35 años.

Después de muchas batallas políticas, en 1974 al final los empresarios accedieron a pagar impuestos, aunque con tarifas más benignas, pero fueron eliminados desde Romeo Lucas. El impuesto puede consistir en que cuando los precios internacionales subieran de un precio en el que ya tienen ganancias, por ejemplo, US$10 el quintal, se les cobra un impuesto. Cuando bajen los precios internacionales de ahí, pues se les deja de cobrar.

Racionalmente, como ciudadano, me parece lo más natural y lógico que uno de los grupos más fuertes, que está pasando por una época de bonanza en época de crisis para el resto, aporte más para el Estado. Y no es algo comunista o chiflado. Es un argumento de ética, de practicar sus valores religiosos, de cumplir como ciudadanos ante el Estado y ante sus connacionales. De hacer este país un poco más viable y que no haya tanto guatemalteco que ante la desesperación por la pobreza y la falta de oportunidades tiene que escoger entre migrar, pasar a la informalidad o a ser peón del crimen organizado. ¿Aló mesas fiscales? Vea www.MartinRodriguezPellecer.com

martinpellecer@gmail.com

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