http://www.prensalibre.com/pl/2008/febrero/12/218352.html
Que no metemos duro la pierna en futbol, que agachamos la cabeza, que nos callamos y salimos corriendo. Creo que deberíamos empezar a cambiar nuestra visión sobre nuestra valentía en momentos de crisis.
No es tampoco que seamos Supermán, pero quisiera ver cuántos habitantes del mundo se levantan a trabajar atravesando calles con mareros; pilotos que, para dar de comer a sus hijos, tienen que manejar autobuses en esta ciudad; empresarios que invierten y cuidan a sus trabajadores, a pesar de que el mercado “pida lo contrario”; quienes se meten a políticos o burócratas, a pesar de poner en juego su prestigio; extranjeros que hacen propias nuestras luchas; testigos de masacres que 20 años después se atreven a seguir denunciando a los genocidas.
No nos lo recuerda nadie, pero los guatemaltecos tenemos de verdad coraje. Vivir en nuestro país de la impunidad y la esperanza, construir, producir, invertir, trabajar, ahorrar, soñar en Guatemala es tarea de valientes.
Decir esto después de una semana como la que pasamos en la que los mafiosos nos dejaron sin respirar, con el cobarde asesinato de 11 pilotos, puede sonar a ridículo para muchos, con razón atemorizados. Pero bien podemos ser valientes, porque no tenemos otra opción. Y de la valentía pasiva podemos pasar a la acción. De ser valientes, a actores, de acción.
Los sicarios que usan los mafiosos no son un invento de ellos. La táctica de matar a pilotos de bus tampoco. Colombia fue el país en el que se empezaron a utilizar los sicarios de motocicleta, y se aplicaron medidas temporales para combatirlos. Por ejemplo, no podían ir dos hombres en una misma motocicleta, pues por lo general el que asesina va sentado atrás, y siempre (no recuerdo algo distinto) es hombre. Otra idea fue que cada motociclista utilizase un chaleco fosforescente con el número de su placa en grande, y la Policía detiene a quien no lo lleve puesto, para evitar que escape tan fácilmente.
Tenemos otras herramientas. Una es la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (Cicig). La tenemos ahí, y exactamente esa es su función. Investigar y desmantelar estructuras paralelas. Obviamente que esta masacre de pilotos es provocada por grupos paralelos para desestabilizar al país y al Gobierno. No puedo creer que algunos activistas de derechos humanos critiquen que se piense en pedirle a la Cicig que actúe, “porque no se fortalece al Ministerio Público”.
Y el Ministerio de Gobernación tiene las armas legales para infiltrar a las mafias, para comprar información. Y los diputados pueden modernizar la Ley de Armas y Municiones, para restringir su uso y crear una dirección de armas que sea civil y esté bajo el Ministerio de Gobernación, no como ahora —en el Ejército—.
No es que el Gobierno sea un chambón y no tenga “un plan de seguridad integral”. No estoy seguro de que lo tenga, pero ¿en qué plan de seguridad se puede detener una masacre de pilotos en tres días, como lo que acaba de pasar en un país con un Estado en trapos de cucaracha? Lección número uno, el problema no se resuelve con un cambio de gobierno; es del Estado, del país. Hacen falta recursos (humanos y financieros; sí, financieros) y voluntad política, que necesita de apoyos políticos. Por favor, oposiciones, este no es el momento para criticar, sino para aportar y fiscalizar.
Esto, para el corto plazo. Para el mediano, educación, arte y empleo. Tenemos que quitarle a la mafia su materia prima; algunos jóvenes —porque la mayoría son jóvenes trabajadores— que viven en la pobreza en áreas marginales de la capital. ¿Cómo se los quitamos? “Metiéndolos a todos en la cárcel o matándolos a todos”, responderían los conservadores que son cínicos. Pues no. La respuesta más eficiente, demostrada en Colombia también, es que se pueden rescatar con arte, con cultura, con bibliotecas, con mejores escuelas en las calles, en los barrios marginales. En Bogotá redujo la violencia a 25 por ciento. En Medellín, también. Ellos son los primeros que han sufrido por el crimen organizado y llevan 20 años pensando y experimentando cómo combatirlo. ¿Qué tal si aprendemos de sus errores y aciertos? ¿Y qué tal si, además, imaginamos nuestras propias soluciones más creativas? Después de todo, somos unos valientes.
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1 comentario:
Bien dicho, particularmente no me gusta mucho la idea de la pena de muerte, pero parcialmente si estoy de acuerdo. No cometa el mismo error de todos en defender la abolición de la pena capital con el argumento de que no es disuasivo para los delincuentes, de hecho el escrito de la columna hasta me pareció rayando en lo ridículo, el punto es que la naturaleza del castigo es acorde a la clase del delito cometido, así que morir via esta pena es por cometer uno de esos delitos innombrables, ningún castigo disuade, basados en ese argumento de la disuación tendríamos que abolir las penas de cárcel. Es mas en ese caso a lo mejor las cárceles esten de más en esta sociedad
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