MUCHOS CIUDADANOS COMPARTIMOS ESE SENTIMIENTO de confirmación del pesimismo al ver a nuestros políticos –y, ojo, a nuestros empresarios- envueltos en otro escándalo de corrupción. La trama del jineteo con los Q82 millones del Congreso parece tener capítulo nuevo cada día, y a más información, menos certezas o más contradicciones. Pareciera que no se ha abierto el último telón.
A ver. El Partido Patriota (PP) y una parte de la Unidad Nacional de la Esperanza (UNE) lograron obligar a Meyer a destapar el escándalo por buscar ganancias privadas con ahorros públicos (jineteo), algo tan naturalizado como inmoral. Ante la evidencia de la complicidad entre Meyer y su secretario privado Byron Sánchez, el presidente Colom prefirió sacrificar el apoyo a su amigo Guayo –cosa que no hicieron muchas veces Berger y Portillo. Lo que da caravuelta a todo es la aparición de Pérez Molina. Ahora ya nadie se recuerda que por única vez, o una de las poquísimas, un presidente del Congreso de la República se ve obligado a renunciar temporalmente o un expresidente legislativo (Rubén Darío) fue descubierto en jineteo justo ahora –¿para hacer olvidar lo de Meyer?-.
Para nadie es secreto que el presidente Colom fue el que dio la orden al superintendente Barquín de que publicara lo de Pérez Molina y lo denunciara a la Fiscalía un domingo a mediodía, supuestamente a pesar de la petición de cordura de Pérez Molina. ¿Por qué? ¿Venganza porque los del PP fueron los que presionaron más para defenestrar a Meyer, el amigo de Colom? ¿Sólo para debilitar políticamente a Pérez? ¿Por ética y al costo de dinamitar el camino para la reforma fiscal y de romper con su aliado más disciplinado en el Congreso?
¿Y por qué el PP hurgó para que renunciara Meyer en un caso que se les podía voltear? ¿Por qué Pérez Molina, con tantos financistas de todo tipo, necesitaba pedir dinero a MDF o a Raúl Girón, de una empresa que se capitalizó con lo que el Congreso les dio? ¿Por qué Pérez Molina dijo el domingo que el dinero se lo había prestado MDF y luego, al ser desmentido, dijo que había sido Girón? ¿Por qué el dinero sale de la cuenta en la que MDF tenía el dinero del Congreso? ¿Por qué Girón ahora dice que conoce y dizque asesora a políticos? ¿Por qué el abogado de MDF es amigo del subjefe de bancada del PP, Óscar Córdova? ¿Por qué lo primero que hace Pérez Molina es tratar de probar su inocencia ante la élite empresarial? Esto habla muy mal de su independencia y dice mucho de su preocupación.
¿Y por qué el PP y la UNE se acusan y se fiscalizan en un caso en el que ambos salen enlodados? Los dos quedan igual de mal –¿alguien se beneficia de esta pelea?-. ¿Será que son demasiado chambones o será no calcularon las consecuencias? Harold Caballeros reclama echar a los políticos (¿para que entre él?). Qué fácil. ¿Entonces también deberíamos echar a los empresarios que corrompen a los políticos? En vez de echarlos, que le hagan ganas y que limpien el chiquero que armaron.
Claro, ahora tendrán que echarse el Congreso al hombro Jorge Méndez y lo que queda de la Gana, Alfredo Villa teledirigiendo a su bancada Guatemala, Crespo y Zury Ríos con el eferregismo, los conservadores unionistas, Nineth y su minibancada, y el empuje del Gobierno. Todo esto sin que se malmaten Taracena y Baldetti o que todos cedan ante la élite empresarial, ante sus financistas legales o ilegales, o la corrupción. Bueno, tendrán que demostrar con leyes y probidad por qué éste no es uno de los peores escenarios imaginables hace seis meses.
martinpellecer@gmail.com
miércoles, 25 de junio de 2008
martes, 17 de junio de 2008
35. Cambio de guión en política
Abrir un periódico de junio del 2008 de Guatemala es engañador. Uno podría cubrir la esquina de la fecha y no saber si es de hace cuatro años, o tres, o seis. Mismo guión, distintos o mismos actores. Escándalos de corrupción en el Congreso, egoísmos, crisis económica, violencia…
Pero eso podría decirse de muchas democracias latinoamericanas. Acá, lo impresionante es que el guión es casi el mismo, diálogo por diálogo. A ver, el partido oficial (antes Gana y ahora UNE) resquebrajándose por “liderazgos internos”, antes Pérez Molina y ahora Baldizón. El ex partido oficial (antes FRG y ahora Gana) resquebrajado entre quienes hicieron gobierno y quienes hicieron congreso y bancadas bisagra, antes integracionista y ahora Guatemala. La cuarta fuerza política presidiendo el Congreso (antes PAN y ahora FRG). El candidato presidencial que perdió la segunda vuelta, envuelto en un escándalo financiero, denunciado por el Gobierno (antes Colom con Abadío, ahora Pérez Molina con el Congreso). El presidente (antes Berger y ahora Colom) cambiando de opinión cada martes. El Gobierno, proponiendo una reforma fiscal —que es necesaria—, y parte de la élite empresarial y parte de los formadores de opinión con la misma campaña basura de “no más impuestos”, como si viviéramos en un Estado de bienestar europeo. Crisis económica y de seguridad, discusión superficial de los problemas, y la selección de futbol camino al Mundial, como única esperanza.
¿Y si cambiamos de guión? ¿Y si esta vez sí hacemos una reforma fiscal y no la rechazamos de plano? El ministro Fuentes Knight es uno de los guatemaltecos que mejor conoce el tema, y su propuesta no solo es moderada, sino coherente. Los “expertos” se escandalizan porque dicen que es un engaño, porque al final hay que pagar más impuestos. ¡Obvio! Si es una reforma tributaria (decente) será para recolectar más impuestos y que los que no paguen dejen de evadir, que los que tienen más paguen más, pero que todos aportemos. Somos el hazmerreír internacional, con ese 11 por ciento de recaudación respecto del tamaño de la economía. Y culpamos al Estado por todo.
¿Y si transparentamos la política y la economía? Estos escándalos de los ex presidentes del Congreso, Meyer y Morales, y el ex presidenciable Pérez Molina pueden ser un acicate para lograr cambios, y no solo para tirarnos lodo. El Congreso puede lavarse la cara con una ley de acceso a la información y otra contra el enriquecimiento ilícito que transparente la política y la economía (privada) de este país. Pérez Molina debe rendir cuentas por ese señalamiento (lo debió haber empezado ayer), y sería una oportunidad para que elimine su secreto bancario y muestre quiénes le dieron dinero para la campaña. El que nada debe…
Y para dinamizar un poco la economía y la diplomacia, el vicepresidente Espada y el canciller Rodas podrían anotarse un golazo, si preparan desde ya la apertura de relaciones diplomáticas con China, para anunciarla en el viaje a Pekín, por las Olimpiadas, o un par de semanas antes. No tiene sentido seguir con la diplomacia del dólar taiwanesa, y podría negociarse inversión directa de China, este año, en Guatemala. Con las pláticas directas China-Taiwán y China-Tíbet, y los desprecios de occidente a China, el incentivo para este país, de “ganarse a un aliado de Taiwán”, antes de las olimpiadas, puede ser un buen punto a nuestro favor.
O bien podemos seguir con el mismo guión aburrido y dejar vacía la sala del teatro.
martinpellecer@gmail.com
Pero eso podría decirse de muchas democracias latinoamericanas. Acá, lo impresionante es que el guión es casi el mismo, diálogo por diálogo. A ver, el partido oficial (antes Gana y ahora UNE) resquebrajándose por “liderazgos internos”, antes Pérez Molina y ahora Baldizón. El ex partido oficial (antes FRG y ahora Gana) resquebrajado entre quienes hicieron gobierno y quienes hicieron congreso y bancadas bisagra, antes integracionista y ahora Guatemala. La cuarta fuerza política presidiendo el Congreso (antes PAN y ahora FRG). El candidato presidencial que perdió la segunda vuelta, envuelto en un escándalo financiero, denunciado por el Gobierno (antes Colom con Abadío, ahora Pérez Molina con el Congreso). El presidente (antes Berger y ahora Colom) cambiando de opinión cada martes. El Gobierno, proponiendo una reforma fiscal —que es necesaria—, y parte de la élite empresarial y parte de los formadores de opinión con la misma campaña basura de “no más impuestos”, como si viviéramos en un Estado de bienestar europeo. Crisis económica y de seguridad, discusión superficial de los problemas, y la selección de futbol camino al Mundial, como única esperanza.
¿Y si cambiamos de guión? ¿Y si esta vez sí hacemos una reforma fiscal y no la rechazamos de plano? El ministro Fuentes Knight es uno de los guatemaltecos que mejor conoce el tema, y su propuesta no solo es moderada, sino coherente. Los “expertos” se escandalizan porque dicen que es un engaño, porque al final hay que pagar más impuestos. ¡Obvio! Si es una reforma tributaria (decente) será para recolectar más impuestos y que los que no paguen dejen de evadir, que los que tienen más paguen más, pero que todos aportemos. Somos el hazmerreír internacional, con ese 11 por ciento de recaudación respecto del tamaño de la economía. Y culpamos al Estado por todo.
¿Y si transparentamos la política y la economía? Estos escándalos de los ex presidentes del Congreso, Meyer y Morales, y el ex presidenciable Pérez Molina pueden ser un acicate para lograr cambios, y no solo para tirarnos lodo. El Congreso puede lavarse la cara con una ley de acceso a la información y otra contra el enriquecimiento ilícito que transparente la política y la economía (privada) de este país. Pérez Molina debe rendir cuentas por ese señalamiento (lo debió haber empezado ayer), y sería una oportunidad para que elimine su secreto bancario y muestre quiénes le dieron dinero para la campaña. El que nada debe…
Y para dinamizar un poco la economía y la diplomacia, el vicepresidente Espada y el canciller Rodas podrían anotarse un golazo, si preparan desde ya la apertura de relaciones diplomáticas con China, para anunciarla en el viaje a Pekín, por las Olimpiadas, o un par de semanas antes. No tiene sentido seguir con la diplomacia del dólar taiwanesa, y podría negociarse inversión directa de China, este año, en Guatemala. Con las pláticas directas China-Taiwán y China-Tíbet, y los desprecios de occidente a China, el incentivo para este país, de “ganarse a un aliado de Taiwán”, antes de las olimpiadas, puede ser un buen punto a nuestro favor.
O bien podemos seguir con el mismo guión aburrido y dejar vacía la sala del teatro.
martinpellecer@gmail.com
martes, 10 de junio de 2008
34. Veto esta guerra entre Gobierno y empresarios
http://prensalibre.com/pl/2008/junio/10/242921.html
La complicidad de Eduardo Meyer en la apuesta de Q82 millones del Congreso en una bolsa de valores confirma no solo su torpe manejo parlamentario —como lo vaticinamos en enero—, sino su tendencia a malos manejos (como esconder nombres y sueldos de asesores) y, peor aún, es una cortina de humo para un problema serio: la guerra anunciada entre el gobierno de Álvaro Colom y parte de la élite empresarial.
El nefasto gobierno portillista-eferregista hizo mucho daño al país, y lo seguimos pagando; pero la campaña anti-Estado de la élite empresarial y los neoliberales no reportó ningún beneficio y nos dejó con menos herramientas para desarrollar al país.
Aquí no hay buenos ni malos. Ni el Gobierno ni la élite empresarial son angelitos, héroes de la Patria o ejemplo regional; tampoco demonios. Y tenemos la urgencia de avanzar en construir país, ciudadanía, economía y Estado, en medio de la crisis de petróleo y alimentos. Pueden meterse zancadillas el Gobierno y parte del empresariado, y luego culpar al otro tras perder cuatro años. El resto de nosotros podemos cruzarnos de brazos y cambiar de administración en 2012. Seguir siendo mediocres.
La actuación de todos no merece aplausos este semestre. El Ejecutivo, con sus cambios de decisiones cada lunes: precios tope, “precios acordados”, liberar aranceles, obligar a las fincas a dedicar parte de su propiedad a producir. Y la élite empresarial, con sus “no” a todo lo que le haga aportar un poquito más al país. “No” a una muy tímida reforma fiscal, “no” a precios acordados, “no” a liberar aranceles, “no” a cultivar granos básicos en 10 por ciento de sus tierras de más de cien manzanas, no a ser ciudadanos.
Los empresarios en cualquier parte del mundo tienen derecho a tener certeza jurídica y política para invertir y producir más, pero los empresarios en cualquier parte del mundo tienen la obligación de pagar impuestos y contribuir como ciudadanos a que todo el país se desarrolle —lo que los beneficia—. Y mucho ojo: los empresarios de cualquier parte del mundo no creen que son superiores al resto de los ciudadanos para tener derecho de veto a impuestos o a cualquier ley, como varios aquí. Señores: hagan un partido institucional —si es que pueden—, compitan en elecciones, sean diputados y decidan en el Congreso si hay reforma fiscal o no.
En el superabanico de propuestas oficiales no hay negros ni blancos. Gris oscuro es la tontera de precios tope; gris claro, la ilusión de precios “acordados”. Grave lo de quitar aranceles, que beneficiará a consumidores y golpeará a empresarios grandes y pequeños. Debería ser temporal y centroamericano, y podría pedirse reciprocidad a EE. UU. Y es intrépido lo de la ley de 1974 que obliga a producir comida en 10 por ciento de las tierras. “No hay necesidad”, dicen algunos cínicos. A mí me da vergüenza como guatemalteco que más de dos tercios de las tierras productivas del país estén en manos de 2 por ciento de la población, y que la mitad del país sea pobre. ¿Qué economía moderna es esa? Eso sí, tampoco vamos a castigar a quienes tienen cien manzanas si trabajan y pagan salarios justos e impuestos. Hay que actuar con todas las estadísticas y planes sobre la mesa.
Hora de movernos. Uno, el presidente Colom, que puso ahí a Meyer, podría presionarlo, y que renuncie —ojalá lo haya hecho ya, y no sea una finta como con Fajardo con la Cicig—; y seguro Arístides Crespo presidiría mejor el pleno. Dos, la parte intransigente de la élite empresarial podría ser sensata, y no torpedear todo. Y tres, el resto de ciudadanos, nosotros sí, podemos vetar esta guerra Gobierno-empresarios, que solo perjudica al país.
martinpellecer@gmail.com
La complicidad de Eduardo Meyer en la apuesta de Q82 millones del Congreso en una bolsa de valores confirma no solo su torpe manejo parlamentario —como lo vaticinamos en enero—, sino su tendencia a malos manejos (como esconder nombres y sueldos de asesores) y, peor aún, es una cortina de humo para un problema serio: la guerra anunciada entre el gobierno de Álvaro Colom y parte de la élite empresarial.
El nefasto gobierno portillista-eferregista hizo mucho daño al país, y lo seguimos pagando; pero la campaña anti-Estado de la élite empresarial y los neoliberales no reportó ningún beneficio y nos dejó con menos herramientas para desarrollar al país.
Aquí no hay buenos ni malos. Ni el Gobierno ni la élite empresarial son angelitos, héroes de la Patria o ejemplo regional; tampoco demonios. Y tenemos la urgencia de avanzar en construir país, ciudadanía, economía y Estado, en medio de la crisis de petróleo y alimentos. Pueden meterse zancadillas el Gobierno y parte del empresariado, y luego culpar al otro tras perder cuatro años. El resto de nosotros podemos cruzarnos de brazos y cambiar de administración en 2012. Seguir siendo mediocres.
La actuación de todos no merece aplausos este semestre. El Ejecutivo, con sus cambios de decisiones cada lunes: precios tope, “precios acordados”, liberar aranceles, obligar a las fincas a dedicar parte de su propiedad a producir. Y la élite empresarial, con sus “no” a todo lo que le haga aportar un poquito más al país. “No” a una muy tímida reforma fiscal, “no” a precios acordados, “no” a liberar aranceles, “no” a cultivar granos básicos en 10 por ciento de sus tierras de más de cien manzanas, no a ser ciudadanos.
Los empresarios en cualquier parte del mundo tienen derecho a tener certeza jurídica y política para invertir y producir más, pero los empresarios en cualquier parte del mundo tienen la obligación de pagar impuestos y contribuir como ciudadanos a que todo el país se desarrolle —lo que los beneficia—. Y mucho ojo: los empresarios de cualquier parte del mundo no creen que son superiores al resto de los ciudadanos para tener derecho de veto a impuestos o a cualquier ley, como varios aquí. Señores: hagan un partido institucional —si es que pueden—, compitan en elecciones, sean diputados y decidan en el Congreso si hay reforma fiscal o no.
En el superabanico de propuestas oficiales no hay negros ni blancos. Gris oscuro es la tontera de precios tope; gris claro, la ilusión de precios “acordados”. Grave lo de quitar aranceles, que beneficiará a consumidores y golpeará a empresarios grandes y pequeños. Debería ser temporal y centroamericano, y podría pedirse reciprocidad a EE. UU. Y es intrépido lo de la ley de 1974 que obliga a producir comida en 10 por ciento de las tierras. “No hay necesidad”, dicen algunos cínicos. A mí me da vergüenza como guatemalteco que más de dos tercios de las tierras productivas del país estén en manos de 2 por ciento de la población, y que la mitad del país sea pobre. ¿Qué economía moderna es esa? Eso sí, tampoco vamos a castigar a quienes tienen cien manzanas si trabajan y pagan salarios justos e impuestos. Hay que actuar con todas las estadísticas y planes sobre la mesa.
Hora de movernos. Uno, el presidente Colom, que puso ahí a Meyer, podría presionarlo, y que renuncie —ojalá lo haya hecho ya, y no sea una finta como con Fajardo con la Cicig—; y seguro Arístides Crespo presidiría mejor el pleno. Dos, la parte intransigente de la élite empresarial podría ser sensata, y no torpedear todo. Y tres, el resto de ciudadanos, nosotros sí, podemos vetar esta guerra Gobierno-empresarios, que solo perjudica al país.
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lunes, 2 de junio de 2008
33. Cartel de transportistas
HAY IMÁGENES QUE PARECEN HABER estado siempre en la memoria. Los frijoles con crema, curas ya mayores que son aburridos, la Torre del Reformador o la poco simpática de una conferencia de prensa de señores en mangas de camisa con los últimos botones abiertos, estrés aparentado y un problema. Con petróleo barato hace 10 años o caro ahora, el subsidio millonario estatal no les alcanza y amenazan con paro si no les da más dinero. Y el Gobierno cede.
Una de las peores decisiones del presidente Colom ha sido aumentar en Q175 millones el subsidio para el cártel de “empresarios” de transporte. Qué tienen de empresarios no sé. Son dueños de unos buses, los mantienen en pésimas condiciones, en vez de pagar impuestos amenazan al Gobierno, exigen a los pilotos una cuota sin descuento por asaltos, seguro de vida, aguinaldo o subida del diésel, y además tienen que competir por el pasaje con el resto de buses de un cártel subsidiado.
Si el servicio no funciona, si estos dizque empresarios siempre “operan con pérdidas” y los capitalinos necesitamos un transporte público, digno y barato, ¿por qué no pensamos en una solución de raíz? La única realista es la que se aplica en todas las grandes ciudades del mundo: convertir en nacional o municipal todo el transporte público y concesionarlo a empresas, previa reorganización. Recursos hay. Si cada uno de los 2 millones de usuarios del transporte público en la Ciudad usa bus cinco veces diarias, son Q10 millones diarios. Eso significa Q3 mil 650 millones anuales.
La ciudad de Curitiba, en Brasil, de 3 millones de habitantes, es el ejemplo latinoamericano en la materia. Desde los 70 hizo un plan de ordenamiento de la ciudad y en los 80 nacionalizó el transporte público colectivo en una empresa mixta municipal, que centraliza todas las acciones de ejecución, planificación y fiscalización del transporte colectivo. Tras cambiar el marco regulador del sistema, unificó la gestión y, a través de contratos específicos, permite la participación de empresas privadas. Tienen servicio de prepago y pagan a las empresas por kilómetro recorrido y no por pasajero transportado, lo que elimina las carreras. Es un éxito.
La Municipalidad de Guatemala estaba en lo correcto al querer instalar un Transmetro inspirado en el Trasnmilenio de Bogotá, otro de los modelos latinoamericanos. Pero lo hizo mal, sin asesoría oficial, con errores y, lo peor de todo, sin institucionalizarlo. En vez de hacer que la ciudadanía capitalina lo sintiera propio y como un orgullo, al pintarlo de verde perico y usar ese color para la campaña de Arzú, lo convirtió en un Transarzú. Así no se hace política. Eso no quiere decir que no sea capaz de hacerla en el futuro o que el Transmetro sí vaya a servir y necesite ampliarse.
Necesitamos soluciones. Estas no deberían venir con populismos como el del Patriota empeñado en quitar el impuesto al diésel para que en seis meses vuelva a subir y el Estado quede desfinanciado. Podríamos bien aprovecharnos de Chávez y aceptar crédito para petróleo en una empresa público-privada para soluciones este año, negociar con Brasil y Ecuador, construir hidroeléctricas y energía limpia para depender menos del petróleo en el futuro y volver del Estado y la municipalidad el transporte público con ayuda oficial de Curitiba para dejar de ser rehenes de ese cártel.
martinpellecer@gmail.com
Una de las peores decisiones del presidente Colom ha sido aumentar en Q175 millones el subsidio para el cártel de “empresarios” de transporte. Qué tienen de empresarios no sé. Son dueños de unos buses, los mantienen en pésimas condiciones, en vez de pagar impuestos amenazan al Gobierno, exigen a los pilotos una cuota sin descuento por asaltos, seguro de vida, aguinaldo o subida del diésel, y además tienen que competir por el pasaje con el resto de buses de un cártel subsidiado.
Si el servicio no funciona, si estos dizque empresarios siempre “operan con pérdidas” y los capitalinos necesitamos un transporte público, digno y barato, ¿por qué no pensamos en una solución de raíz? La única realista es la que se aplica en todas las grandes ciudades del mundo: convertir en nacional o municipal todo el transporte público y concesionarlo a empresas, previa reorganización. Recursos hay. Si cada uno de los 2 millones de usuarios del transporte público en la Ciudad usa bus cinco veces diarias, son Q10 millones diarios. Eso significa Q3 mil 650 millones anuales.
La ciudad de Curitiba, en Brasil, de 3 millones de habitantes, es el ejemplo latinoamericano en la materia. Desde los 70 hizo un plan de ordenamiento de la ciudad y en los 80 nacionalizó el transporte público colectivo en una empresa mixta municipal, que centraliza todas las acciones de ejecución, planificación y fiscalización del transporte colectivo. Tras cambiar el marco regulador del sistema, unificó la gestión y, a través de contratos específicos, permite la participación de empresas privadas. Tienen servicio de prepago y pagan a las empresas por kilómetro recorrido y no por pasajero transportado, lo que elimina las carreras. Es un éxito.
La Municipalidad de Guatemala estaba en lo correcto al querer instalar un Transmetro inspirado en el Trasnmilenio de Bogotá, otro de los modelos latinoamericanos. Pero lo hizo mal, sin asesoría oficial, con errores y, lo peor de todo, sin institucionalizarlo. En vez de hacer que la ciudadanía capitalina lo sintiera propio y como un orgullo, al pintarlo de verde perico y usar ese color para la campaña de Arzú, lo convirtió en un Transarzú. Así no se hace política. Eso no quiere decir que no sea capaz de hacerla en el futuro o que el Transmetro sí vaya a servir y necesite ampliarse.
Necesitamos soluciones. Estas no deberían venir con populismos como el del Patriota empeñado en quitar el impuesto al diésel para que en seis meses vuelva a subir y el Estado quede desfinanciado. Podríamos bien aprovecharnos de Chávez y aceptar crédito para petróleo en una empresa público-privada para soluciones este año, negociar con Brasil y Ecuador, construir hidroeléctricas y energía limpia para depender menos del petróleo en el futuro y volver del Estado y la municipalidad el transporte público con ayuda oficial de Curitiba para dejar de ser rehenes de ese cártel.
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