http://prensalibre.com/pl/2008/junio/10/242921.html
La complicidad de Eduardo Meyer en la apuesta de Q82 millones del Congreso en una bolsa de valores confirma no solo su torpe manejo parlamentario —como lo vaticinamos en enero—, sino su tendencia a malos manejos (como esconder nombres y sueldos de asesores) y, peor aún, es una cortina de humo para un problema serio: la guerra anunciada entre el gobierno de Álvaro Colom y parte de la élite empresarial.
El nefasto gobierno portillista-eferregista hizo mucho daño al país, y lo seguimos pagando; pero la campaña anti-Estado de la élite empresarial y los neoliberales no reportó ningún beneficio y nos dejó con menos herramientas para desarrollar al país.
Aquí no hay buenos ni malos. Ni el Gobierno ni la élite empresarial son angelitos, héroes de la Patria o ejemplo regional; tampoco demonios. Y tenemos la urgencia de avanzar en construir país, ciudadanía, economía y Estado, en medio de la crisis de petróleo y alimentos. Pueden meterse zancadillas el Gobierno y parte del empresariado, y luego culpar al otro tras perder cuatro años. El resto de nosotros podemos cruzarnos de brazos y cambiar de administración en 2012. Seguir siendo mediocres.
La actuación de todos no merece aplausos este semestre. El Ejecutivo, con sus cambios de decisiones cada lunes: precios tope, “precios acordados”, liberar aranceles, obligar a las fincas a dedicar parte de su propiedad a producir. Y la élite empresarial, con sus “no” a todo lo que le haga aportar un poquito más al país. “No” a una muy tímida reforma fiscal, “no” a precios acordados, “no” a liberar aranceles, “no” a cultivar granos básicos en 10 por ciento de sus tierras de más de cien manzanas, no a ser ciudadanos.
Los empresarios en cualquier parte del mundo tienen derecho a tener certeza jurídica y política para invertir y producir más, pero los empresarios en cualquier parte del mundo tienen la obligación de pagar impuestos y contribuir como ciudadanos a que todo el país se desarrolle —lo que los beneficia—. Y mucho ojo: los empresarios de cualquier parte del mundo no creen que son superiores al resto de los ciudadanos para tener derecho de veto a impuestos o a cualquier ley, como varios aquí. Señores: hagan un partido institucional —si es que pueden—, compitan en elecciones, sean diputados y decidan en el Congreso si hay reforma fiscal o no.
En el superabanico de propuestas oficiales no hay negros ni blancos. Gris oscuro es la tontera de precios tope; gris claro, la ilusión de precios “acordados”. Grave lo de quitar aranceles, que beneficiará a consumidores y golpeará a empresarios grandes y pequeños. Debería ser temporal y centroamericano, y podría pedirse reciprocidad a EE. UU. Y es intrépido lo de la ley de 1974 que obliga a producir comida en 10 por ciento de las tierras. “No hay necesidad”, dicen algunos cínicos. A mí me da vergüenza como guatemalteco que más de dos tercios de las tierras productivas del país estén en manos de 2 por ciento de la población, y que la mitad del país sea pobre. ¿Qué economía moderna es esa? Eso sí, tampoco vamos a castigar a quienes tienen cien manzanas si trabajan y pagan salarios justos e impuestos. Hay que actuar con todas las estadísticas y planes sobre la mesa.
Hora de movernos. Uno, el presidente Colom, que puso ahí a Meyer, podría presionarlo, y que renuncie —ojalá lo haya hecho ya, y no sea una finta como con Fajardo con la Cicig—; y seguro Arístides Crespo presidiría mejor el pleno. Dos, la parte intransigente de la élite empresarial podría ser sensata, y no torpedear todo. Y tres, el resto de ciudadanos, nosotros sí, podemos vetar esta guerra Gobierno-empresarios, que solo perjudica al país.
martinpellecer@gmail.com
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