martes, 20 de noviembre de 2007

Esta historia desde otros anteojos

http://www.prensalibre.com/pl/2007/noviembre/20/188236.html

La escena es un barco, grande, estoy en cubierta, casi no entra luz y hace mucho calor, es en medio del océano Atlántico, allá por 1570. No puedo moverme porque junto a mí hay otras decenas de personas. No le entiendo nada a nadie; hablan idiomas parecidos al mío, pero indescifrables.

No llevo nada más de lo que tengo puesto, ni siquiera un tambor. No sé por qué me metieron acá. Casi no nos dan de comer ni de beber, y el vaivén del barco provoca unos mareos que hacen que esto apeste a sudor y a vómitos… y al que se enferme o se quede moribundo, lo tiran al mar.

Después de no sé cuántos días llegamos no sé a dónde. El clima es parecido al que dejé en mi tierra. Nos llevan a unas plantaciones de azúcar, donde trabajamos de sol a sol y no podemos hablar con nadie. No es sino hasta la noche cuando empiezan algunos a contar cuentos y a hacer tambores para descansar al alma...

El día en la plantación de azúcar en el Caribe no tenía salsa ni merengue; fue una prisión para los esclavos africanos. Un profesor africano que tengo, Landry Miampika, nos transportó a través de las barreras del tiempo y el espacio y el color de la piel hasta el Caribe, hace cinco siglos, para volver a pensar la historia desde la óptica del otro, del vencido, del esclavo.

Así aprendí que, durante el día, las plantaciones eran una prisión, y por las noches, un espacio de resistencia y de creación desde la nada de la cultura africana; y así, por ejemplo, mantuvieron pasos o ritmos que ahora son de salsa que vienen de rituales para la diosa Yemayá, o que el carnaval empezó como el único día que dejaban ser libres a los esclavos, y por eso ahora en Brasil, en Río, todo el año gira en torno de prepararse para la fiesta del año...

Entonces, después de ese viaje por el Caribe americano (desde Nueva Orleans hasta Río de Janeiro), tenía que aterrizar en Guatemala para pensarla de nuevo, desde los ojos de otros. La Guatemala en la que la finca no es sólo una unidad productora o un espacio de ocio, sino una prisión a donde tengo que ir la mitad del año para poder comer y donde me esclavizaban (o esclavizan) a mí, a mi mujer, a mis hijos, y un espacio de resistencia cultural.

La Guatemala en la que el cuarto de servicio en una casa capitalina (esa ciudad del aire contaminado, del ruido, de la inseguridad y los hombres y mujeres sin corazón ni gracia) es también una pequeña prisión, pero una única opción para mandar dinero a casa en la provincia o para escapar de esa aldea, una renuncia a la pobreza extrema.

¿Qué pasaría si volvemos a pensar la historia de Guatemala? La historia de mi abuelo y la de su abuelo y la del abuelo del que no pensamos que tiene abuelo, sino sólo es parte de un grupo abandonado por dios para la desgracia eterna en este mundo y este país.

Una historia que tiene muchas sombras, muchas luces, muchos mártires, muchos héroes, diablos y soñadores. La historia de una tierra de mayas de pirámides y mayas contemporáneos, a los que aún no entendemos desde la capital o desde la costa o desde el oriente. Una tierra de mestizos, caribeños y criollos a la que tampoco entendemos ni desde el altiplano ni desde ninguna otra parte del país o del planeta.

La historia contada desde las voces de los primeros liberales del siglo XIX, que luchaban por una Federación Centroamericana más justa que la conservadora que proponía Guatemala; los unionistas de los años 20, los revolucionarios, los democráticos y los guerrilleros, los estudiantes, los líderes que han mantenido a Totonicapán, los que intentaban genuinamente hacer un país más justo desde dentro del sistema, los que desde fuera hacían que el mundo no se olvidara de Guatemala, los que se enfrentaron a los militares para lograr la democracia, los que firmaron la paz, los escritores y poetas, los que mandan dinero en remesas, los que cantan canciones y los que luchan contra el muro de estupidez para que no mueran el arte ni la lucidez en esta tierra… tanta historia, tantas historias. ¿Cuándo nos daremos un tentempié?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cuando aceptemos que nunca más seremos sometidos a nada, ni a nadie.
Chapeau, Martín. Chapeau. (Recuerdame que cuando nos veamos, me lo quite de verdad) ;-)
Madrileña